En el barrio San Sebastián los pobres lloran en wayuunaiki y con los ojos secos. Pasan el día sin tener mucho sentido de las cosas y en los sepelios se miran a las caras como esperando algo. Como Aricia, que ayer velaba a su hija de nueve años en una casa sin piso ni paredes, solo un techo de latas sostenido con cuatro palos largos. Ahí, en ese techo, vivía ella con sus cuatro hijos y su esposo. Ahora falta Amelia Josefina Urdaneta Epinayú, una niña de 10 años que murió el jueves cuando se columpiaba con un mecate. Se ahorcó.
Ocurrió el jueves a las 8.14 de la mañana. Él, de 12 años, dormía bajo el techo donde ayer estaba la urna mientras sus hermanos jugaban en el patio. El niño de cuatro años se acercó y lo despertó tocándole la cabeza con violencia. Le dijo que Amelia parecía uno de los chivos que tiene en su casa, con la soga en el cuello y los ojos cerrados. El preadolescente entendió y corrió hacia el árbol. La niña colgaba.
Los vecinos creen que Amelia jugaba con los mecates de la hamaca, porque tenían forma de medio nudo. Habría tratado de columpiarse antes con las manos y luego metió la cabeza. Cuando el niño la vio, ya tenía los ojos cerrados. Subió a una silla y le quitó el lazo del cuello. El cadáver casi se le cae, pero logró sostenerlo en los brazos y cargarlo. El menor de cuatro años le abrió la hamaca y dejaron allí el cuerpo. Luego pidieron ayuda.
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