A la pobreza en Venezuela se le van los frenos

A la pobreza en Venezuela se le van los frenos

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Desde la ventana de la casa de María se puede ver una panorámica del barrio Mamera 2. Está al borde de la cima de una montaña minada de viviendas de bloques rojos, tan juntas que es difícil precisar dónde termina una y comienza otra. eltiempo.com.ve / Erick Lezama Aranguren

Desde la última parada del jeep hasta allí hay que subir 207 peldaños por una escalera que da vértigo. El recorrido desde donde se toma el transporte –a la salida de la estación Ruiz Pineda del metro- hasta ahí dura 20 minutos: un trayecto en carreteras estrechas, empinadas y plagadas de huecos.





Si se observa desde lejos cómo suben esos carros da la impresión de que en cualquier momento pueden perder el desafío contra la gravedad.

El cableado eléctrico de la barriada, en algunos puntos, es una maraña en la que han quedado atrapados papagayos que no terminaron de volar y zapatos de talla pequeña.

María cumple 50 este año. Vive con sus cuatro hijos- dos varones y dos hembras, todos menores de 15 años- y con su esposo, Alejandro. Se acomodan en una habitación diminuta de cuatro paredes de bloques de arcilla sin frisar y techo de zinc.

Adentro, con sábanas puestas como cortinas, hay dos cuartos improvisados: uno para los esposos y otro en el que están las dos camas en las que descansan los cuatro hijos: los varones duermen con los varones duermen en una y las hembras en la otra. La cocina está en una esquina; el baño, en un anexo construido con retazos de tabla.

Bajo el techo de zinc, el sol de mediodía pica más. A esa hora, María sirve la primera comida del día -arepa con queso blanco y un vaso de agua- en una mesa de patas disparejas que arrima al lado de la ventana.

“Para recibir airecito, porque este sofocón no ayuda”. Los hijos comen con desgano. Ella no los mira; más bien clava su vista en la ventana mientras conversa:
–En estos días escuché en las noticias que ahora hay más pobres en el país, una broma así. Más gente como uno, pues. Yo siempre lo he sido. Pero antes alcanzaban más los reales. Ahora los fines de semana hacemos así como ahorita: aprovechamos que los chamos se paran tarde y nos ahorramos el desayuno. En la semana comen en la escuela cualquier cosita que les dan.

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