“Declararéis santo el año cincuenta, y proclamaréis en la tierra liberación para todos sus habitantes. Será para vosotros un jubileo; cada uno recobrará su propiedad, y cada cual regresará a su familia” (Levítico 25,10). En el libre juego de los negocios muchos perdían sus propiedades por diversas vicisitudes, y los pobres no podían salir de su condición. El año jubilar intentaba, no tanto por medio de la justicia sino por la caridad, restituir ciertas condiciones para comenzar de nuevo. ¡¿Cuántas personas no eran esclavizadas por deudas o simplemente vivían condenados a pagar intereses de por vida, sin posibilidades reales de mejorar?! El jubileo rompía con esta injusticia al condonar las deudas (Deuteronomio 16, 1-14). Esta tradición ha sido abandonada hoy, aunque fue asumida en un sentido espiritual por los católicos a lo largo de los siglos, y – por cierto – este año se inicia el 8 de diciembre el llamado “Jubileo de la Misericordia” anunciado por el Papa Francisco ¿Acaso no debemos tener misericordia con el que está en peores condiciones que nosotros?
Algunas personas podrían criticar esta propuesta basados en dos aspectos: el Estado es y debe ser laico y la solidaridad no se obliga. Yo estoy de acuerdo con ambas, y especialmente porque estos 16 años de desgobierno se deben al hecho de asumir un enfermizo culto a una persona y su “ideología”, y forzar una supuesta “solidaridad con los pobres” atacando las libertades económicas (entre otras). El año jubilar que propongo es la secularización de una idea judeo-cristiana, el cual podría traducirse como un pacto nacional que va más allá de las leyes e incluso la lógica del mercado en algunos aspectos. Dicho pacto se basa en una idea de la religión: la misericordia, pero también en la sensatez: no podemos abandonar a los más débiles porque de lo contrario estos sufrirían mayor pobreza y el país caería en un alto nivel de conflictividad. Lo que estoy proponiendo es el primer paso de la realización del “capitalismo popular” y el “capitalismo solidario” que nos propone el profesor Emeterio Gómez.
Es una realidad que no podremos salir de la crisis que vivimos si no abandonamos las absurdas medidas del chavo-madurismo: 1) la permanente regulación de los precios en márgenes irreales, 2) el control de cambio y mantenerlo en diversos tipos; 3) la política de atacar al empresariado y la libre iniciativa; 4) establecer normativas que desestimulen la inversión y el trabajo; 5) desorden fiscal y mantener un gasto publica ineficiente al anhelar conservar un Estado monstruoso en tamaño y funciones. Todo esto desmotiva la producción y estimula el “capitalismo salvaje” de los revendedores (“bachaqueros” en neolengua). ¡Qué terrible absurdo que un gobierno que supuestamente construiría el socialismo llegó al capitalismo salvaje! Y todo esto en medio de un Estado autoritario que nos ha empobrecido (en alimento y libertades) siendo su origen el clamor de las mayorías por unas mejores condiciones de vida. Para salir de esta pesadilla debemos implantar el capitalismo moderno, pero los costos de esta transición no deben ser pagados por los más vulnerables.
En Venezuela tenemos experiencias recientes de un pacto nacional (Puntofijo, 1958), que limitó las condiciones normales de la competencia electoral para lograr precisamente la supervivencia de la democracia. Hoy necesitamos un pacto similar pero con el fin fundamental de proteger a los pobres reconstruyendo la economía. Todos debemos llegar al acuerdo que los sacrificios son inevitables, pero también que no saldremos del terrible hoyo en que estamos metidos sino es trabajando y cooperando.
@profeballa