Fernando Núñez Noda: Dados en ofrenda

Fernando Núñez Noda: Dados en ofrenda

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Buscando otra cosa encontré tres libretas y dos cuadernos, no tocados por más de sesenta años, en una cómoda atestada de peroles en el sótano.

Indagué con mi tía abuela Crista, la dueña de la casa, pero sólo atinó a decirme que jamás las había visto o no las recordaba. En los muebles estaban guardados muchos objetos dejados por ocasionales inquilinos que hospedó antes que yo naciera.





He leído durante semanas las páginas entre esas encuadernaciones y de allí este pequeño recuento.

Disciplina en el azar

Se le ocurrió -según relata- comprar un par de sobrios dados de nácar. Se adiestró contra unas esquinas de fieltro e incluso cruzó apuestas clandestinas en salas atestadas de humo.

Al poco tiempo las abandonó, una vez encontrada la técnica: giros cerrados, como esferas momentáneas. Cuando los dados ya no podían sostenerse en sus puntas, caían grácilmente sobre un tapiz verde.

Los resultados eran, virtualmente, aleatorios, lo cual daba a los lanzamientos una condición ética perfecta: perseguir una finalidad sin fin.

Se impuso, entonces, una rutina. Todos los días lanzaría los dados repetidas veces y anotaría los resultados en una libreta. Al principio le interesaba la distribución cruda de frecuencias.

Un dado era amarillento, a ese lo llamó Dado A. El otro verdoso: Dado B. A cada lanzamiento le asignaba un número comenzando por 1 y cada evento tenía tres datos: el resultado del Dado A, el del Dado B y la suma de ambos.

Chacao y el determinismo

Cito un párrafo:

“La Biblia, que abrazar una mentalidad mágica que nuestra época no quiere compartir, permite que el albedrío y la predestinación coexistan, como una urdimbre de hilos manejados por Jehová y perturbados por Satán.”

Noctámbulo y devorador de libros, Salomón vivía retirado y no suscitaba curiosidades particulares. Chacao en la segunda década del siglo XX y las haciendas allende Los Caobos eran apenas el solar de una ciudad que aún no se tragaba a sus hijos.

Lo cómodo no quita lo profundo

Como complemento histórico, los lanzamientos se agrupaban en las hojas de una gran libreta por día y hora. Por ejemplo, el primer lanzamiento se registra así: Lanzamiento 1, 2 de abril de 1919, 11:14 am.: Dado A: 5; Dado B: 3; Total: 8.

Desde entonces podía contestar preguntas simples: ¿cuántas veces ha salido el tres en un dado o en el otro? ¿Cuántas veces los pares del dos o el seis en ambos?

Salomón experimentó pero sus registros sólo mostraban un azar común y corriente. Buscar un artificio mecánico para provocar resultados era lo último que le interesaba a este experimentador, porque se trataba de producir un hombre, no un tahúr. No había trampa ni truco físico aquí.

“Lanzar los dados todos los días suena fácil, hasta que se interponen los trabajos y los días y en un momento dado el evento puede estar absolutamente fuera de lugar”, anotó con letra nerviosa. Días de trabajo, compromisos inesperados, malestares o placeres físicos, enfermedades, nada podía evitar la disciplina. El resultado de los ensayos (tres, ocho, dos) importaba menos que el hecho de ejecutarlos.

A juzgar por los cuadernos, día tras día, decidido realizaba sin apuro su rito voluntarista, su ceremonia de fortalecimiento.

Lo insoportable e incluso cómico de su acto era que el resultado no expresaba una voluntad, sino azar puro y duro, una distribución aleatoria de cifras donde cada número tenía la misma incertidumbre.

Luego de una rigurosa repetición, que se prolongó por meses, decidió concentrarse en un solo número. Por comodidad, no misticismo, eligió el siete.

La Furia en la Piedra

En el marco cultural de su educación judía, las escrituras cristianas habían sido para Salomón un tapiz nuevo: una revelación y un génesis. Las devoró como a un buen relato de aventuras: mitad no creyendo, mitad creyendo todo.

La historia de Moisés lo electrizó. Un siervo sometido a la “voluntad de Dios” que resulta no menos insólita y arbitraria que el viento del desierto y, sobre todo, el ancestral discurrir de su pueblo.

Moribundo y exhausto se le dejó mirar muy de lejos la Tierra Prometida y se le aseguró, por vía divina, que jamás la pisaría.

“Esa segunda mirada, más temeraria que temerosa, es la que reconozco en el Moisés de Miguel Ángel. En ese rostro se concentra una intensidad terrible: ira contra Dios.”

El Nuevo Testamento le mostró que “Cristo libera al hombre de un temor recóndito.” Y, aunque no cristiano, se declaraba también seguidor del Mesías.

Sigamos con el siete

Cifra mágica: guarismo sagrado del Apocalipsis, suma del menor y mayor número de un dado, número primo.

El siete como símbolo es suficiente para llenar un libro. Salomón tenía su propio catálogo donde citaba rebuscadas “razones”.

Tómese ésta, de la página 28 de la libreta azul: “Colocados en una fila los números del dado A y en dirección contraria los del dado B se produce la siguiente suma:

dados1

Ahora bien, lanzados los dos dados sin importar el orden de los sumandos sino la suma total, se produce la siguiente tabla de probabilidades:

dados2

“Simétrica como un espejo que, perpendicular, refleja un incisivo rayo de luz”, apuntó.

12 decenas, tres unidades

Ya asumido el número, se propuso arrojar los dados 123 veces diarias y anotar los resultados.

Es obvio que, en circunstancias normales, el mencionado resultado debía aparecer una treceava parte de las veces, si consideramos que lo importante es el resultado (7) y no cuánto tiene uno u otro dado.

Entre cada 7 ocurrían más o menos seis resultados no favorables.

A veces aparecían dos y hasta tres sietes seguidos, pero los registros, extendidos en el tiempo, marcaban una regularidad que a Salomón se le antojaba invencible como la gravedad. No había alteración del proceso físico de lanzamiento.

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¿De dónde viene todo?

“Salomón había sido disperso y descuidado. Como todo hombre, un dormido, uno que persigue lo que ya ha dejado atrás. Tenía grandes ideas pero pobres realizaciones. En general sus pensamientos iban por un lado y la vida por otro, como dos hilos de agua que nunca se tocan”, deja ver en su manuscrito.

De joven era desidia -decía él- pura molicie. Ya de adulto, sin embargo, “fue un hedonismo intelectual, una forma bastante autogratificante de seguir perdiendo el tiempo”. Al traspasar los veintiocho años decidió luchar con ahínco por un estado superior de vigilia. “¡No más palabras vacuas!”, díjose una mañana.

Según su evangelio personal, para penetrar la realidad hacía falta limpiarse, transparentarse y aceptar todos los haces de luz que despide el agitado mundo. Era necesaria una disciplina que obedeciese los mandatos superiores de la sabiduría y no la voluptuosa invitación del deseo  (lo cual era difícil para un hombre joven).

Todo eso antes de tener la idea. La idea del dado.

La prosa de Salomón es fragmentada

Aforismos, poemas en prosa y uno que otro ensayo de cierta extensión. Confieso que mi fascinación por la lectura aumentaba a medida que disminuía. Mientras mejor escribía menos lo hacía, hasta el punto de que su mejor página fue la última, absolutamente vacía.

Sin el menor trazo de tinta, íngrima, esa página le dio un martillazo al gong dormido que llevo en el fondo del cerebro.

Una cierta invisibilidad

Muy compacto este experimento, muy poco dado a la publicidad, para que Salomón se hiciese un individuo notorio y comunicativo. Su vida transcurría, más bien camuflada, como quien esconde un gran propósito y cree perjudicial que los beneficiarios de la obra se enteren.

Yo lo imagino delgado y no dado al comer abundante, anacoreta, teólogo inevitable. Mujeres ocasionales y anónimas. Dice él mismo que a veces probaba licores extraños, cocía tés de mil sabores, a veces bebía con los campesinos pasajeros, lejos de la ciudad y no sabía cómo regresaba en aquel oscuro zigzagueo.

“Ebrio y embriagado… embriagado de vigilia, a veces embriagado de incertidumbre. Casi siempre de incertidumbre. Todo eso visto con la lente de la ironía, una ironía que cuestiona a Dios y me inmola”.

El primer año (1919) lanzó los dados 44.403 veces

Según el diario falló un equivalente a cuatro días y anotó un mismo número de líneas de la forma: valor dado 1 + valor dado 2 = Resultado del Lanzamiento.

Pasaron doce meses y los tabulados estadísticos no variaban. Incluso, para hacerlo más difícil, dispuso un horario aleatorio para los lanzamiento. Verbigracia: el lunes a las 2:00 p.m.; el martes a las 11:30 p.m.; el miércoles a las 3:35 a.m.; el jueves…

Si se presentaba un adusto mensajero y le informaba que, para hacerse acreedor de una inmensa fortuna heredada, debía estar en el lugar tal a las 2:00 p.m. el próximo lunes, Salomón lo acompañaría cortésmente a la puerta y lo despediría: “Gracias pero no puedo, tengo tareas impostergables para esa hora del lunes; envíele condolencias a los parientes”. Sin vacilar.

Rozando el final del segundo año, el rostro de Salomón lucía más inevitable y recóndito. Sus pasos eran firmes y, sin embargo, más ingrávidos; sus palabras se hacían puntuales y escasas.

Este cambio de personalidad no se correspondía, sin embargo, con un vuelco en los resultados. En dos años había lanzado los dados 89.175 veces y sus sietes correspondían, penosamente, a un treceavo del total. Ante esto cualquiera palidecería, pero Salomón sonreía, más bien, porque lograba lo más importante: tener voluntad para tener voluntad. ¿Había mejor recompensa? Sí, primero; no, después.

Al promediar el tercer año, Salomón ya no trabajaba. Se limitaba a realizar complejos cálculos para una sociedad secreta difícil de ubicar y parece que ganaba suficiente dinero con ésta y otras labores intelectuales, porque nunca necesitó despedir a la señora y al campesino que lo asistían.

Al final del tercer año estalla la crisis

Escribió el primero de noviembre de 1922: “La desesperación y el hastío nos arrancan las mejores líneas, sin duda alguna. La desesperación contenida, producto de tantos decaimientos. Estos decaimientos son debilidades, faltas de fe, porque si hay algo difícil en esta vida es tener fe.”

No los resultados, sino el hecho de que fuesen esos resultados sumió a Salomón en una desazón peligrosa, iconoclasta, que quería derribar el rito. Cuán ridículo, cuán estúpido, cuán inútil. Pero seguía.

Transcribo un poema escrito tres años y cinco meses después del primer lanzamiento:

A VECES
(1923)

Esperando el lúcido día espero
Impaciente mas tranquilo
Empero
Sosegado de costumbre
En el no llegar de siempre
Día de luz yo quiero
Entendimiento que dé paz, no miedo
La mágica intuición me advierte
Que muchas lunas nos separan
Y es entonces que el grito calla
No por hastío mas por reposo ansiado
Anhelo que los rápidos que crispan en el río
Se tornen en un trecho de sosiego.

Antiguo Club Los Palos Grandes, en el actual municipio Chacao, Caracas (Foto: Archivo Fundacion de la Memoria Urbana).

La desesperación nos hace presa fácil en esas circunstancias y parece que una ligera transgresión a la disciplina no puede ser tan grave.

Anhelo que los rápidos que crispan en el río
Se tornen en un trecho de sosiego” era el desideratum que revelaba una cruenta tormenta interna. 

Les obsequio, a mi juicio, uno de los mejores fragmentos que escribió a contrapluma, fechado 1926:

JOB: SÍMBOLO DE LA IMPACIENCIA
He creado un monstruo que ya no puedo controlar: yo mismo. He amado demasiado la vida y he caído en la tentación de interrogar al insondable vacío de la noche. Como sólo me responde el viento he gritado a las olas del mar: ¡Quiero símbolos: penachos de nubes que asemejen letras; un ángel volando sobre el rompiente de la playa; una música que estremezca los cimientos de la plaza!

El mundo, la cultura ¡qué ambiguos estos símbolos! Yo he querido mensajes más inmediatos y, si me perdonan, espectaculares.

He creado un monstruo: yo mismo. Un monstruo escapado, impaciente, una nueva generación del diablo: un diablo que cree en Dios y lo venera como Job.”

He aquí un perfil teológico de Salomón: converso y herético. En paz con su contradicción.

¡Tan fácil!

Aun así, las peticiones de diversas fracciones de su alma para que renunciara a todo se repetían y multiplicaban.

Nadie imaginaba, al verlo transitar con austera elegancia, con paso rápido y preciso, que allí se movía una guerra cósmica, un apocalipsis interno.

Tan fácil renunciar. A cada momento se repetía: “Allá afuera está el mundo y aquí adentro una locura obsesiva que tiene sentido sólo si lo esperado es cierto, pero ¿y si no lo es?” Mas siguió, no interrumpió esa gloria disfrazada de tormento. Y eso fue sin embargo lo que lo salvó.

Salomón se sobrepuso

Sus escritos perdieron fuego y prolijidad, para adquirir una serenidad astral. Hacia 1928 ya había vencido al primer demonio: aquél que postula lo obvio frente a lo imposible.

A partir del 14 de septiembre de 1928, los resultados comenzaron a modificarse. Los sietes subieron de un 14% a un 17% constante, hasta diciembre de 1929. El lanzador nada dice sobre este cambio, pero algo podemos encontrar en sus ensayos del año 25.

No era cuestión de palabras, sino de emoción intensa. La fe, en su sentido más puro, es seguridad, no un recurso de autoengaño para combatir el miedo. A esas conclusiones llegaba Salomón.

Cerca de febrero del 32 el siete alcanzó la cima del 34%. Los demás resultados se distribuían dos veces y media menos respecto al 7.

La probabilidad del siete había logrado el primer estadio de una nueva fuerza. Se habían vencido obstáculos cuantiosos: el hastío, la falta de concentración y la vanidad ante el logro.

En 1936 el siete voló sensacionalmente al ¡52%!, es decir, tan probable como la mitad de los resultados en conjunto. Colocaré un registro escogido al azar, del cuaderno de resultados de Salomón Torio. Coloco sólo los resultados:

Lanzamiento del 6 de marzo de 1932.

RESULTADOS
8
2
4
7
3
7
8
6
7
7
9
7
2
7
12
7
7
7
8
4
7
7
3
7
7
7
8
9
7
7
5
7
2
7
10
7

A medida que Salomón intensificaba su experiencia dejaba de expresarla. Lástima.

En 1936 dejó de anotar y, salvo apuntes dispersos, de manejar testimonio escrito. Su último reporte muestra 88% de sietes. Luego de éste, fechado en noviembre de 1936 la libreta contiene páginas vacías.

Sin embargo, los lanzamientos continuaron -según reporta en el diario- y estimo que el 100% de sietes, de haberse logrado, ocurriría cerca de 1940.

En ese tiempo Salomón desapareció. Nadie supo más de él, sus libretas no dan testimonio, porque el diario termina con una serie de frases cortas y repite las hojas en blanco a partir de 1936.

¿Qué quedó de Salomón Torio aparte de estos documentos? ¿Apenas una imagen borrosa, frugal y alargada, sus pocos años de clases particulares, algún gesto fuera de lo común, en dos o tres memorias octogenarias? ¿Dónde hay más y cómo hago para obtenerlo?

He especulado que su desaparición, así como su extraña disciplina, tuvieron que ver con la sociedad secreta a la que se refiere como la “Cofradía de los Cinco” (¿francmasonería, esoterismo, espiritismo?).

Las páginas finales de la última libreta hablan de “empezar el camino”, “prepararse para el ascenso”, “bautizarse para un ministerio en mis adentros”. Es de suponer que, antes de irse, dejó la probabilidad de derrotar lo imposible entregada a lo fantástico (100%).

Pero al final, siempre se refiere a este período como preparatorio, inicial, catequístico. ¿Qué esperaba Salomón Torio? ¿Cuál era el camino para el cual el control de la materia y la energía físicas eran apenas “el inicio”?

Quizá el lector se desilusione al saber que no puedo darle tales respuestas. Tampoco debería revelar más de los dilatados escritos por los cuales conocí a este hombre, en la fase “inicial” de su camino a la lucidez superior.

Busqué en vano los dados, tampoco Crista tenía noción de tales instrumentos.

Epílogo

Asumo que todo es cierto, porque la letra de Salomón es la letra de los iluminados.