De cómo Oriente descifró a los “pastores” por @edgardoricciuti de @VFutura

De cómo Oriente descifró a los “pastores” por @edgardoricciuti de @VFutura

thumbnailEdgardoRicciutiLas culturas orientales hacen del esclarecimiento del “ser” uno de sus puntos neurálgicos. A finales del siglo XIX y principios del XX, la filosofía y literatura de Occidente exploraron perspectivas donde no sólo lo racional-empírico tenía un espacio, sino también lo fenomenológico. Nietzsche, Mann, Hesse y Heidegger son algunos de los pensadores que buscaron en la cultura oriental posibles respuestas ante la nihilista “desilusión” occidental. Un punto donde seguramente existe convergencia entre ellos, es la necesidad de buscar en las profundidades de cada uno de nosotros “la verdad”. Toda respuesta, explicación, justificación o razón de la existencia proveniente de algo externo a nosotros, probablemente lograría aplacar nuestra “angustia” ante la muerte, aunque a un costo muy elevado: hacernos esclavos de ese apéndice o muleta externa a nuestro espíritu que hemos elegido como “verdad”. En esas circunstancias, nuestra Libertad nunca sería propiamente “nuestra”, estando inexorablemente comprometida y subordinada a dicho suplemento.

Dos de las grandes religiones medio orientales han inoculado a Occidente con el siguiente artificio: la Verdad reside fuera de tu ser, y es ahí donde debes buscarla, encontrarla y adorarla.

Creer axiomáticamente en este precepto impedirá por siempre una luminosa independencia, limitando drásticamente la Libertad. La supuesta fortaleza que tu ser alcanzará será siempre dependiente de “algo” externo a tu ser. En dichas circunstancias, no se es fuerte; lo único fuerte es “eso” que sostiene tu ser. Una vez inyectado este patrón a través de instrumentos metafísicos y/o supersticiosos, la esclavización está al alcance de cualquiera actor político mediante un instrumento perfecto: el miedo. Para que éste pueda “dominar” a ese hombre siempre huérfano de sí mismo, se crea una plataforma “moral”, a saber, un patrón conductual que indique qué se puede y qué no se puede hacer. Aquí es fundamental fomentar la percepción dicotómica de la realidad, porque “la moral” funciona holgadamente cuando arrincona toda oposición; en pocas palabras, toda moral que se respete debe ser intolerante e inmune ante cualquier crítica. Todo aquel que repudie o se resista a la “visión imperante” sufrirá algún tipo de castigo, daño o sufrimiento. Más que al castigo físico, el hombre le teme a aquello que lo aleje de esas “certezas” que le brindan algo de confort frente a las dificultades del existir. La soledad es el estado más perturbador para ese hombre que no puede vivir sin algún “apéndice” externo a su ser, pues es en ese estado donde más difícil es para él cargar con su angustia. Su temor más grande se convierte entonces en el de ser excluido de lo público, ser apartado por sus conocidos, señalado como diferente, tildado como incómodo.





Sacerdotes y políticos que pretendan avasallar y subyugar, tienen una sola y fácil tarea por delante: dictar cuál es el comportamiento “correcto” y qué está prohibido; en definitiva, publicitar la moral que mejor los ayude en su proceso de esclavización. Un inmenso número de seres (aquellos que aman obedecer pues les pesaría demasiado la responsabilidad de haber errado por decisión propia) se convierten en los mejores aliados de los déspotas, pues son generalmente los que a través de la publicidad —entendida como exteriorización, apariencia— las pautas conductuales de la moral acordada. Los temerosos, los indecisos, los fluctuantes y los dudosos se adhieren magnéticamente a lo dictado por los “vendedores de ilusiones”. Todos aquellos que se resisten ante imposiciones preconcebidas son marginados.

Para comprender este proceso de dominación, es necesario ampliar la dilucidación sobre el miedo y su función social. En breves palabras, podemos definirlo como una emoción que genera inseguridad, confusión y ansiedad ante un peligro existente o supuesto, que es percibido como nocivo. El miedo, además, tiene una “función social” importante: ayuda a mantener el orden a través del consuelo que muchas personas buscan en la autoridad; aquellos que se tardan en crecer o que nunca lo logran. Aprovechar del miedo para mantenerse el poder político ha sido una regla típica en la historia.

La fórmula que utiliza este sentimiento se basa en un mecanismo muy simple que posee dos pasos: el primero, indagar cuáles son los temores más acentuados de los individuos para después amplificarlos mediante “falsas realidades”. El segundo, prometer una única salida como solución, de la manera más elemental posible, para que todos puedan entender y aceptar la “ayuda” que se brinda.

Nunca, a lo largo de los siglos, el establishment se ha propuesto la superación del miedo, sino su mantenimiento. Para el sacerdote, el político, o cualquiera que pretenda imponerse sobre otros, desatar el miedo de los sometidos será siempre el instrumento perfecto para perpetuarse en el poder. La Libertad y su plenitud son irrealizables en un estado de temor y dependencia. Son los pastores los verdaderos enemigos de las ovejas, no los lobos.