La otra sorpresa del mundo, por Guido Sosola

La otra sorpresa del mundo, por Guido Sosola

Nuestra mejor arma: las fotografías y videos de lo que a diario acontece, como suele ocurrir en otras latitudes. A pesar de la censura y del bloqueo informativo, pendiente el gobierno por cortar los puertos digitales, navega ampliamente el testimonio exponencial de la represión que sufre la población urbana en Venezuela. Empero, otra sorpresa se llevan en el extranjero al detallar las imágenes.

Las protestas que tienen por escenario las principales ciudades del país, nos revelan como algo más que la perdida aldea asiática o africana con la que nos emparentan, hundidos en el lejano Tercer Mundo. Algunos observadores foráneos llaman la atención respecto a la infraestructura vial que poseemos, desplegadas las autopistas como serpentinas inimaginables de asfalto que van alfilerando grandes y pequeños edificios al este y al oeste de la Caracas más emblemática; agreguemos, quizá como nosotros subestimábamos las huelgas españolas algo recientes, porque paralizaban las carreteras envidiablemente trazadas y señalizadas gracias a los trabajadores enfundados en una ropa de marca, abrigados y calzados como ninguna tienda de acá pudiera hacerlo siquiera con los más vanidosos ejecutivos de los bancos y de las multinacionales.

Les sorprende todavía más que la red vial no la haya legado Chávez Frías, teniéndolo como el gran beneficiario de todos, apalancado por el petróleo que poco o en nada contribuía a elevar nuestra calidad de vida, tal como acaece en otros países productores, miembros o no de la OPEP. No tienen por qué saber que, de un modo u otro, el crudo fue sembrado en la segunda parte del siglo XX, aunque se convirtiese en la clásica consigna de un éxito político tal que la hizo inadvertida y extraordinariamente pusilánime.

Fueron otros nuestros desafíos al recibir la nueva centuria, porque – quiérase o no aceptar – el consumo de proteínas y calorías, agua potable y electricidad, atención médico-asistencial y tratamiento farmacéutico, nivel de ingresos reales y seguridad personal, o relación de gobernabilidad y gobernanza, nos autorizaban a remar hacia una economía y sociedad post-rentista. Antes impensable, ahora cruzamos las fronteras de una crisis humanitaria de la cual pretende irresponsabilizarse un régimen que, tercamente continuista, abre la puerta perversa de la globalización y, a la vez que cierra la bondadosa, intenta un aislacionismo y una autarquía según lo dicta el instinto de conservación que no repara en costo alguno.

Inevitable teatro de la protesta, las viejas y nuevas generaciones elevan su voz sobre la Venezuela que alguna vez fuimos. Y seremos otra de empujar con sacrificio, entusiasmo, disciplina y convicción una embarcación que nos tenga, a cada uno, como sus irremplazables astilleros.

@SosolaGuido

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