Los Runrunes de Nelson Bocaranda

Los Runrunes de Nelson Bocaranda

ALTO – NICOLÁS EN LA TORMENTA PERFECTA: Leo, escucho y veo en estos dos meses de cuarentena diferentes exámenes, conversas, razonamientos, transmisiones en vivo (vía Zoom, la herramienta global más utilizada en pandemia), charlas y cuestionamientos variopintos desde distintas organizaciones, individuos, medios, personalidades, analistas, grupos empresariales y políticos, haciendo ejercicios sobre la realidad que vivimos y el cambiante futuro que espera a la humanidad.

De las notas tomadas en estos dos meses, referente al Gobierno venezolano y el coronavirus, hago una recopilación: “El fascinante mundo de la meteorología nos brinda la expresión ‘tormenta perfecta’ para definirnos cuando una situación se ha agravado inusual y drásticamente debido a la confluencia en tiempo y lugar de una serie de eventos que normalmente no se presentan juntos”.





Este razonamiento viene al caso porque en los últimos días tres extraordinarios expertos y analistas explican con mentalidad analítica, científica -sin pasiones ni emociones-, lo que actualmente vivimos en Venezuela y los tres, sin ninguno saber lo de los otros dos, han coincidido en que para aspirar a entender lo que hoy ocurre en Venezuela debemos apelar al término o expresión “tormenta perfecta”.

Para sorpresa nuestra, los tres enjundiosos expertos han coincidido en que esta tormenta perfecta venezolana es de diseño, de autoría propia del actual inquilino del Palacio de Miraflores, Nicolás Maduro.

Primero, la pandemia
La epidemia del coronavirus llega a nuestro país encontrándonos en la más precaria situación financiera, es decir, sin ahorros, sin flujo de caja y, dramático, sin capacidad ni solvencia alguna de pedir prestado. Ya hay países que han montado solicitudes de auxilio y financiamiento y han obtenido favorable respuesta. Otros han apelado a sus propios ahorros o capacidades internas de generar dinero. El autor de esta, nuestra realidad, es Nicolás Maduro, hegemón desde 2013 de nuestras finanzas o lo que queda de ellas.

Segundo, la ruina
La locomotora que pudiera ayudarnos a empujar y salir de esta eventualidad generando caja, garantizando préstamos, facilitando financiamientos, Petróleos de Venezuela, está en la ruina, desmantelada, endeudada, inoperante, incapacitada inclusive de pagarle al fisco nacional a tiempo. Recordemos que no hace mucho PDVSA era una de las cinco primeras empresas petroleras del mundo. El autor de esta realidad es Nicolás Maduro, en solidaridad con la gestión de su antecesor, el difunto Hugo Chávez Frías. Ambos encontraron a la industria produciendo más de 3 millones de barriles diarios de petróleo y hoy no llega siquiera a 700.000 barriles por día.

Tercero, sin producción nacional
El aparato productivo nacional -desde el campo hasta los servicios pasando por la industria- opera a cerca del 30 % de lo que es su capacidad real. Es decir, por mucho que quieran, los denominados “actores económicos” están incapacitados para satisfacer los bienes y servicios que apoyarían a la población venezolana a transitar la pandemia del coronavirus con un mínimo de sus necesidades básicas satisfechas. El autor de esta realidad es Nicolás Maduro, con sus ya incontables leyes habilitantes, programas de reactivación de inspiración cubana y expresados a través de expropiaciones, cierres, tomas, regulaciones, confiscaciones con un esquema de ejecución en la cual la corrupción y la ineficiencia son sus dos mayores características.

Cuarto, el desplome de los servicios básicos
Los servicios básicos que mayormente benefician a las poblaciones menos favorecidas, como son agua, luz, transporte y seguridad, hoy solo reflejan atentados contra la sobrevivencia y el bienestar de las mayorías. Comunidades y barrios sin electricidad, urbanizaciones en la propia ciudad de Caracas sin agua y los servicios de transporte, urbano y extraurbano, sin capacidad de movilizar a los ciudadanos. No existen los eficientes acueductos de antes. La corrupción acabó con el sector eléctrico y hasta el Metro de Caracas, orgullo de los venezolanos, es hoy zona roja. ¿El creador y promotor de esta eventualidad?, pues Nicolás Maduro quien bajo su única discrecionalidad designó a todo un elenco de incapaces que destruyeron estos servicios.

Quinto, la peor infraestructura sanitaria de América Latina
La pandemia mundial del coronavirus aterriza en nuestro país mientras los organismos rectores de la sanidad a nivel mundial señalan que, hoy por hoy, la venezolana es una de las peores infraestructuras prestatarias de servicios de salud de América Latina. Hospitales en ruinas, sin dirección científica ni médico asistencial. Equipamiento destruido. Fuga de cerebros a su máxima expresión. El personal profesional y auxiliar sin dotación ni asistencia social. “Un hospital sin agua o sin luz simplemente no es un hospital. No puede ser un hospital. Hay que llamarlo de otra manera”, señalaba un experto. “El sistema hospitalario venezolano es uno de los más vulnerables de América Latina”, describió otro especialista.

¿Quién es el responsable? Pues la ya difícil de seguir lista de ministros de salud que -bajo el cobijo de una supuesta ayuda mil millonaria de dudosos médicos provenientes de La Habana, Cuba- ha logrado que la desasistencia y la mala calidad de la medicina se adueñe de estas instalaciones. “Más allá de la opacidad e inconsistencia con que el régimen maneja desde hace muchos años las cifras y datos del sector salud, no es aventurado afirmar que en todo el sector público no hay más de 90 camas de terapia intensiva con sus correspondientes ventiladores en buen estado” indicó en estos días un experto en una trasmisión satelital.

Sexto, sin gasolina
Para terminar de definir “la tormenta perfecta”, Nicolás Maduro personaliza la incapacidad que tienen ahora todas nuestras refinerías para producir gasolina y, simultáneamente, sea su persona el obstáculo infranqueable para que el sistema internacional pueda suministrar con regularidad este bien al parque automotor e industrial venezolano.

Hoy agricultores, ganaderos, industrias, comercios, colegios, autobuseros y taxistas se ven en la necesidad de pagarle a un uniformado de verde entre uno y dos dólares por litro para que en un mercado negro se pueda disponer de 20 o 30 litros de gasolina, luego de participar en interminables colas por ocho y nueve horas.

Esta es la tormenta perfecta que estamos viviendo innecesariamente. Es la tormenta perfecta de quien ocupa Miraflores. Con mucha precisión lo definió recientemente uno de nuestros más destacados economistas de rango internacional: “… fácil es explicar cómo salir de esto, lo difícil es comprender cómo llegamos, cómo llegamos a esta tormenta perfecta…”

MEDIO – El DR. MICHAEL PENFOLD, PIES EN TIERRA:
Así podría definir al Dr. Michael Penfold especialista en políticas públicas y gobernanza con amplia experiencia en asesorías a diferentes países de la región a través de las últimas décadas. Este egresado del IESA y de la Universidad de Nueva York estuvo en las directivas de Conapri y la CAF.

En una entrevista con la colega Blanca Vera Azaf, en HispanoPost, Penfold hace un crudo y realista análisis de la crisis venezolana. De sus palabras extraigo algunos de los puntos más relevantes para el momento que vivimos bajo el Gobierno de Maduro:

“Es evidente que el país enfrenta un deterioro económico, político y social tan pavoroso -cuyo origen está en una revolución que quiere aferrarse al poder a cualquier costo- que hace que la dinámica de supervivencia del régimen y la política de una parte importante de la oposición de promover un quiebre interno por la vía de la fuerza nos haya terminado llevando cada vez más cerca de una espiral de violencia política.

Lo preocupante es que esa dinámica muy probablemente se mantenga por un tiempo, pues nadie tiene incentivos reales de abandonarla mientras este conflicto político continúe teniendo un carácter existencial y el país continúe en una dinámica de grandes ganadores y grandes perdedores.

El problema central que tiene Venezuela es que el régimen percibe que no tiene más opciones que resistir en el poder y que eso tiene menos riesgos que abandonarlo;
Y la oposición piensa que la única forma de lograr una transición democrática es por medio de crear capacidades que hagan que las amenazas sean creíbles o simplemente incrementando el costo de sostenerse a través de más sanciones.

Estamos viviendo literalmente una guerra de supervivencia política. El problema es que esa dinámica, cuya principal causa fue el desmontaje de toda la institucionalidad democrática del país y el haber cerrado las salidas constitucionales y electorales para sostener por la fuerza a la revolución, hizo que el costo social y económico de este proceso sea el mismo que el de un país con una guerra civil.

El tema no es retórico. El lenguaje político de guerra tiene consecuencias, y lo viven los venezolanos con una crisis humanitaria como nunca la ha tenido América Latina; y esa es quizás la peor herencia del chavismo, el haber concebido la política de esa forma. Todo o Nada. Amigo y Enemigo. Revolución o Muerte. La oposición tampoco ha sabido responder adecuadamente frente a esa dinámica del lenguaje.

Guaidó llegó donde lo hizo no solo por la presión internacional exclusivamente. Antes de que Guaidó ascendiera a la presidencia de la Asamblea Nacional, ya había mucha presión internacional, pero todos pensaban que la oposición venezolana estaba liquidada. Ese diciembre fue probablemente uno de los más tristes de la historia contemporánea.

Curiosamente, su sorpresivo ascenso en enero de 2019 se logró porque se había realizado un trabajo previo en el plano doméstico de muchos meses y contra grandes intereses políticos. Se cerró filas alrededor del pacto parlamentario, se logró enmarcar la crisis institucional alrededor de la falta de legitimidad de los comicios presidenciales de mayo de 2018, se logró denunciar el cerco institucional a la Asamblea Nacional y se movilizó a la sociedad para restaurar el orden constitucional y buscar una salida democrática. Solo luego vino el apoyo internacional. En el fondo, se trazó una línea política orientada a construir una coalición nacional por la democracia.

Sin embargo, muy pronto, ese objetivo fue sustituido por una estrategia de ambivalencia que se resume en “todas las opciones están sobre la mesa e incluso debajo de la mesa”, que subrepticiamente volvía a privilegiar lo internacional y la fuerza por encima de lo doméstico; lo cual le ha permitido a grupos avanzar con iniciativas que han sido muy problemáticas como la del puente Simón Bolívar o el 30 de abril o con la construcción de amenazas creíbles, como el TIAR, que han terminado siendo muy contraproducentes, o esta última exploración que hace quedar a grupos internos muy radicales, que parecieran operar incluso fuera del G4, explorando salidas insurreccionales financiadas quien sabe cómo.

Tampoco ha ayudado creerse en la práctica que se es un Gobierno cuando no tienes de facto control sobre el territorio. A mí me parece que la imagen de Guaidó saltando una verja para entrar a la Asamblea Nacional es mucho más poderosa como político que un Guaidó en flux con una bandera de Venezuela luciendo como un presidente que en la práctica no existe o caminando por alfombras rojas por todo el mundo.

La oposición al aceptar ser Gobierno se burocratizó, al ponerse a gastar se arriesgó a escándalos por corrupción, al no montarse sobre el tema humanitario se volcó sobre las sanciones, se olvidó de que estaba liderando una rebelión democrática y social, y se montó en una retórica también muy belicista (de más sanciones, narcoestado e incluso intervención) auspiciada por diversos factores nacionales e internacionales.

Lo que quiero decir es simple: la oposición debe volver a construir su estrategia sobre sus verdaderas fortalezas y no sobre unas debilidades en las que nunca va a poder superar al régimen.

Y esas fortalezas vienen dadas por la amplitud de una coalición política y social; por su capacidad de movilizar a la población para buscar una salida electoral; apuntalando la única institucionalidad democrática que queda en el país que es la Asamblea Nacional; conectándose socialmente con los problemas de la gente y las regiones; impulsando la legitimidad que tiene la demanda social de restaurar el orden constitucional y democrático y alineando a toda la comunidad internacional detrás de ese objetivo y no solamente fijando una política exterior perfectamente acorde con los intereses, muchas veces electorales, de Estados Unidos por más importante que ese apoyo pueda resultar”.

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