¿Por qué Venezuela necesita su béisbol?

¿Por qué Venezuela necesita su béisbol?

 

Una confabulación de factores adversos conspira contra la publicación del capítulo 2020-2021 en la saga del beisbol profesional venezolano.





Por: Carlos Valmore Rodríguez / triangulodeportivo.com

También sobran las razones para doblegarlos y garantizar la continuidad de un espectáculo que le ha alegrado la vida a la gente, ininterrumpidamente, desde hace 74 años.

La pelota profesional venezolana no es otro pasatiempo más en el país. Forma parte de su constitución emocional, de su espíritu colectivo, de su acervo histórico. Ningún deporte ha excavado tan hondo en el alma nacional como el beisbol, que perforó hasta el núcleo magmático de nuestra identidad cultural. Lo único que le falta es un pabellón en el escudo patrio. Basta enumerar las frases de uso común que provienen del beisbol y que la gente usa, a veces sin saber que toman prestada de la jerga beisbolera una metáfora para su lenguaje habitual.

¿Cuántas veces ha dicho usted, para referirse a una situación límite, me pusieron en tres y dos? ¿Acaso no se usa el dobleplay para denotar un triángulo amoroso? ¿Cuántos descalificativos contienen mayor sonoridad y fuerza expresiva que “bate quebra’o”? ¿Cuántos, al verse sorprendidos y quedar mal parados en su esfera profesional o personal responden: ¿me agarraste fuera de base? ¿Acaso no decimos de una persona que monopoliza el control sobre algo —o de alguien a quien todo le sale bien— que es shortstop, cuarto bate y novio de la madrina? ¿No hacemos autocrítica al equivocarnos en un procedimiento de fácil trámite admitiendo que “se me fue ese rolling?

“Fulanito está en tercera”, decimos con humor negro sobre alguien gravemente enfermo. “Menganito anotó”, acotamos cuando el desenlace fue fatal. “Me echaron tremendo strike”, lamentamos al recibir un acalorado regaño. “Lo pasé por bolas” o “le di cuatro malas”, afirmamos cuando ignoramos una sugerencia, petición u oferta de un tercero.

En Venezuela, los que andan detrás de otro para que les brinde (o que nunca se retratan en una cuenta colectiva tras un opíparo banquete) no son gorrones o vivianes: son catchers. Y el que pone la plata en la casa está “pichando”. Las personas corpulentas son cuarto bate. Llegar a segunda base tiene connotaciones eróticas que cualquiera de esta comarca sabe reconocer con una risita cómplice de código descifrado. Y los opinadores de oficio son mánagers de tribuna.

Los usuarios de estas expresiones no precisan ser fanáticos de la pelota. Lo que pasa es que el beisbol está tan incardinado en nuestra cotidianidad que se filtra por todas las capas de la sociedad. El padre Francisco Morant, sacerdote franciscano y director del Colegio Fray Luis Amigó de San Felipe, en el estado Yaracuy, le decía a los alumnos que hacían buenas exposiciones: “¡hoy vino por la goma!”. Y nunca vio un juego de beisbol.

Este deporte, y su liga profesional, trascienden sus linderos naturales. Por eso, alguien como Rosa Delia Olivares, una cucuteña amante del fútbol que jamás puso un pie cerca de un diamante en más de medio siglo de vida en Venezuela; se declaraba magallanera acérrima. Porque hubo un tiempo cuando se sostenía que el venezolano típico era “negro, adeco y magallanero”.

El beisbol profesional venezolano tiene una impronta tal en nuestra esquema de prioridades que en enero de 1994 Rafael Caldera, entonces presidente electo, recortó su discurso en cadena para no arruinar la fiesta de la primera final Caracas-Magallanes, que comenzaba esa noche. Y fue un equipo de beisbol el primer plantel deportivo recibido en Miraflores, por allá por 1941. Tal vez por eso el Gobierno ha asumido, equivocadamente, que el beisbol es una especie de opioide que anestesia a las masas y las desconecta de su cruel realidad. Por eso la LVBP ha alcanzado el grado de asunto de Estado. 

De ahí que sea tan importante la celebración de la temporada. En Venezuela, la Navidad es hallaca, parrandas, gaitas y beisbol profesional en fase culminante. Es evidente que 2020 ha roto todos los esquemas y ha vuelto de la lucha contra la gran batalla a librar. Resulta un contrasentido priorizar el beisbol cuando casi un millar de conciudadanos han perdido la vida a manos del Covid-19. Y los que no mueren amanecen en las gasolineras, viven en tinieblas y deben cocinar con leña en un país que se autoabastecía de gas.

Pero la pelota, además de ser un negocio que lleva el pan a miles de hogares, es una necesidad anímica. Muchos en este suelo se sentirían incompletos sin la chanza de las nueve arepas. También sentirían melancolía si la temporada 2020-2021 se va con cero carreras, cero hits y cero errores. No olvidemos el ejemplo de los londinenses, que siguieron yendo a teatros y bares mientras llovían sobre sus cabezas los misiles V-1 y V-2 disparados a distancia por la Alemania nazi. Así desafiaba la ciudad a su agresor.

Nunca, desde 1946, se ha ido un año con cero todo en la LVBP. Una persistencia que tienen muy pocas instituciones privadas en esta república de bandazos, demoliciones y reconstrucciones. Ojalá que quienes hagan las gestiones para desarrollar un campeonato digno y, sobre todo, seguro, se apunten un jonrón con bases llenas.