La Ruta del Hambre: Un recorrido por la inseguridad alimentaria en Venezuela desde el campo hasta la mesa

FOTOGRAFÍAS: YOVANY RAMÍREZ Y AIXTZA PÉREZ

 

La Ruta del Hambre, un proyecto editorial de La Vida de Nos está planteado como un seriado de relatos en distintos formatos, divididos en 5 estaciones, que muestran las distintas caras de la crisis alimentaria en Venezuela.

Con este especial se recorre el campo, la distribución de alimentos, la industria, el procesamiento y finalmente la mesa. En el proyecto participan unos 25 profesionales, de una red de narradores, en el 3er año del programa formativo de La Vida de Nos Itinerante.





Primera estación: El Campo

Rolando Sosa se encontraba frente a su casa, en el Fundo San Luis, rodeado de varios de sus trabajadores. Les indicaba las tareas del día, como hacía cada mañana antes de comenzar la jornada. Entonces de entre los pastizales salió otro de los trabajadores.

—¡Patrón, nos invadieron la finca! —gritó.

El hombre jadeaba, estaba sudando. Con la respiración entrecortada, continuó gritando:

—Hay una gente que se metió por la parte de atrás de los terrenos. Yo mismo los acabo de ver porque estaba dando una vuelta al ganado que está pastando en esa zona.

A todos se les desencajó el rostro. Rolando se quedó en blanco. Después sintió ira e impotencia. Movido por esos sentimientos, su primer impulso fue ir hasta el lugar, confrontar a aquella gente y sacarla de las tierras. Esas tierras que eran el sustento de su familia y de las familias de sus empleados.

Pero se contuvo. Trató de serenarse. Pensó que acudir a la violencia podía ser peor. Era el 3 de diciembre de 2008. Rolando sabía que el gobierno de Hugo Chávez apoyaba —y hasta aupaba— a grupos que tomaban acciones como esta. Así que sería mejor buscar mecanismos legales para que los invasores desalojaran sus tierras.

El Fundo San Luis está en Calabozo, un pueblo del estado Guárico, en los Llanos venezolanos. La propiedad de 200 hectáreas es un bien familiar que Rolo —como cariñosamente llaman a Rolando sus allegados— heredó de su papá en la década de los 80. Esas tierras significaban para él toda una vida dedicada al trabajo en el campo. Allí creció viendo a su padre sembrar, pastorear terneras y producir alimentos no solo para la familia sino para otros.

Desde que las heredó, Rolo se dedicaba a la cría de ganado, y a la siembra de pasto y maíz. Era un trabajo que disfrutaba. Allí, en esos linderos, construyó su hogar. A la casa de la finca se mudó con su esposa Jeanette y los dos hijos mayores cuando aún estaban pequeños. Allí nació la hija menor. Luego de la invasión, aquel diciembre de 2008 no llegó la alegría típica de la época navideña.

Fueron nueve las personas que ocuparon 100 hectáreas del terreno. Cortaron el alambre de la cerca y se metieron a trabajar con un tractor. Alegaban que esas eran unas tierras ociosas, improductivas, y que las reclamaban para hacer uso provechoso de ellas.

Rolo buscó ayuda. Primero acudió a Poliguárico, donde formuló una denuncia. Consigo llevó los documentos de titularidad de la finca, en los que quedaba claro que era una herencia. Pensó que demostrar a las autoridades que mantenía la finca productiva les sería sencillo: bastaba con que se pasaran por allí.

Días después, fueron citados él y los invasores. Los funcionarios dejaron claro que la ocupación de propiedad privada era un delito establecido en el Código Penal venezolano y que podía castigarse con cárcel. Los invasores aceptaron abandonar los terrenos de Rolo y firmaron una caución, en la que se comprometían a respetar los linderos del fundo.

Desde ese día, se instalaron en una carpa junto a la cerca, en la parte exterior. Como habían denunciado ante el Instituto Nacional de Tierras (INTI) que la propiedad estaba improductiva, en ese lugar esperarían por el dictamen del organismo del Estado.

Y así pasó el tiempo. Hasta que el 2 de octubre de 2009, llegó a la finca una comisión presidida por William Lara, entonces gobernador del estado Guárico. Mientras se iban bajando de camionetas estacionadas frente a la casa, Rolo contó al menos 20 personas. Algunos de los vehículos tenían rótulos de organismos del Estado. Con Lara venían Porfirio Fajardo, alcalde del municipio Miranda, del que forma parte Calabozo; Jorge Sánchez, director de la oficina estadal del Ministerio para la Agricultura y Tierras; Luis Carrizales, asesor legal de ese ministerio; Jesús Cepeda Villavicencio, quien luego sería diputado electo del estado Guárico por el oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela; José Bolaño, coordinador nacional del frente Ezequiel Zamora; Fernando Colmenares, coordinador regional del INTI; y Ramón Barreto, diputado al consejo legislativo del estado. También venía el equipo de prensa de la gobernación.

Todos vestían franelas rojas.

Estaban allí para notificarles a los dueños del Fundo San Luis que, a partir de ese instante, sus tierras pasaban a manos del Estado.

La noticia no tomó por sorpresa a la pareja. No solo porque sabían de la denuncia hecha por los invasores el año anterior, sino porque, un par de horas antes, un amigo de la familia, que tenía algunos contactos, los llamó y les informó lo que iba a ocurrir. Así que antes de que llegaran, con ayuda de los trabajadores, Rolo y Jeanette lograron sacar de la finca unos pocos animales y varios equipos de trabajo. No pudieron hacer lo mismo con los tractores, las rastras, unas 300 reses y muchas otras pertenencias.

Rolo y Jeanette parecían calmados, pero en verdad estaban furiosos. Trataban de escuchar con atención lo que un funcionario del INTI leía en un acta. Cuando terminó, Rolo interpeló al gobernador:

—¿Qué es lo que he hecho yo en estos 23 años que no sea trabajar?

—Esto no es un debate. Yo les pido, por favor, una conducta cívica. Se les entregará el documento y luego la fuerza pública se hará cargo de los bienes —respondió el gobernador batiendo las manos y alzando la voz—. No vamos a aceptar situaciones diferentes. Estamos haciendo uso de la norma constitucional que nos permite tomar posesión de esta tierra, que es del Estado venezolano. Se contabilizarán animales, bienhechurías, todo. A partir de este momento su finca pasa a manos del Estado. Espero que no haya resistencia. Que no nos obliguen a usar la fuerza.

Hizo una pausa y luego, en un gesto un tanto teatral, se llevó la mano derecha al corazón y agregó:

—Yo, en nombre del comandante Chávez y como constituyente, les garantizo sus derechos.

Después, todos se marcharon.

Rolo, Jeanette y sus hijos —que no terminaban de entender del todo lo que había sucedido— quedaron petrificados.

Amigos y conocidos de Rolo se acercaron al fundo cuando se enteraron de lo que ocurría y vieron el procedimiento. Otros fueron los días siguientes. Los productores estaban temerosos: sabían que cualquiera de ellos podía ser el próximo en correr la misma suerte.

Luego de la expropiación, el fundo pasó a ser administrado por la Fundación de Capacitación e Innovación para Apoyar la Revolución Agraria (Ciara) y con ellos muchas cosas ya no fueron iguales en San Luis. Aunque a Rolo le habían quitado sus tierras, no podían sacarlo de la casa. Así que a él y a Jeanette les tocó vivir muy de cerca con quienes consideraban sus enemigos, y ser espectadores de la devastación: los robos se incrementaron, los animales se enfermaban y morían macilentos, las siembras se perdían.

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