Manaos, la ciudad amazónica que tuvo que luchar por respirar (Fotos)

Manaos, la ciudad amazónica que tuvo que luchar por respirar (Fotos)

En esta foto de archivo tomada el 2 de febrero de 2021 Dilza Maria Pereira Rodrigues, de 71 años, recibe tratamiento por COVID-19 en su casa luego de 15 días de tratamiento en el hospital de Manaus, Brasil, el 2 de enero de 2021 (Foto por MICHAEL DANTAS / AFP)

 

Lo peor de estar a cargo de ocho parientes con covid-19 al mismo tiempo es tener que decidir quiénes son los que más necesitan oxigeno, cuenta Lais de Souza Chaves, una estudiante de Manaos, la capital de la Amazonía brasileña.

La pandemia agobió a la ciudad a inicios de año, agotó las reservas de oxígeno en los hospitales y obligó a Lais, de 25 años, y su hermana Laura, de 23, a improvisar una unidad de cuidados intensivos en su casa, sin ninguna formación médica.





La búsqueda de cilindros de oxígeno se volvió la principal preocupación de centenas de familias. Y cuando las dos hermanas lo conseguían tenían que administrarlo entre los ocho miembros de su familia contagiados, entre los que se contaba el padre de las jóvenes.

Tuvieron que aprender a manejar los respiradores, a leer en los manómetros y a decidir quiénes eran los que más necesitaban la conexión de tubos para poder respirar, sin informarlo a los demás para evitar empeorar la situación.

“Me viene un ataque de pánico si escucho la palabra oxígeno. Todo mi cuerpo se estremece”, dijo Lais a la AFP.

En abril y mayo del año pasado, y nuevamente en enero y febrero de este año, Manaos se convirtió en la ilustración del horror que los expertos y numerosos dirigentes políticos prevén cuando urgen a la población a respetar las medidas de confinamiento, usar mascarillas y mantener una distancia prudente con los demás.

Los cementerios de la ciudad abrieron fosas comunes e instalaron camiones frigoríficos para almacenar los cadáveres en espera de ser enterrados.

La primera onda fue tan descomunal que algunos expertos pensaron que los 2,2 millones de habitantes de esta ciudad enclavada en la selva pudieron alcanzar la inmunidad de rebaño.

La segunda ola demostró cruelmente que esa hipótesis estaba errada.

Jessica Vitoria da Silva Oliveira, de 22 años, sostiene un cilindro de oxígeno utilizado para estabilizar a su padre a su padre Josimauro da Silva, de 57 años, mecánico de automóviles infectado con COVID-19, en su casa de Manaus, Brasil, el 3 de febrero de 2021. (Foto por MICHAEL DANTAS / AFP)

 

Los expertos sospechan ahora que el brutal rebrote pudo deberse a una variante local del virus, conocida como P1, mucho más contagiosa que la cepa inicial.

En diciembre, esa “variante brasileña” fue detectada en 51% de los pacientes diagnosticados con covid en Manaos. En enero, el porcentaje llegó a 91,4%, según los investigadores de la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz).

A inicios de febrero, Manaos llegó a registrar 110 muertos por día en promedio semanal, casi el triple que durante la primera ola.

La falta de camas en las unidades intensivas dejaron a los pacientes librados a sí mismos.

“No solo el sistema de salud colapsó. También hubo falta de insumos y de oxígeno. Fue algo dramático, desesperante”, dijo la doctora Adele Benzaken, una consultora de la Organización Mundial de la Salud (OMS), basada en Manaos, su ciudad natal.

“No tienes idea lo que es ver familiares corriendo para procurarse un cilindro de oxígeno. Había peleas en los lugares donde los vendían”, recuerda la profesional.

“Era un clima de guerra. Yo nunca estuve en una guerra, pero tuve la sensación de desorganización que puede haber después de un bombardeo, cuando la gente no sabe qué hacer y [en los hospitales] todos se agitan y se desesperan para salvar vidas”, explica.

En esta foto de archivo tomada el 30 de enero de 2021 Voluntarios de los servicios de emergencia médica SOS recargan tanques de oxígeno de forma gratuita, en Manaus, Brasil, el 30 de enero de 2021. (Foto de MICHAEL DANTAS / AFP)

 

– El oxígeno, a precio de oro –

El padre de Lais y Laura, el técnico de enfermería Marcio Moraes, de 43 años, fue el primero en la familia en contagiarse.

Recibió los primeros tratamientos en el hospital, pero fue rápidamente enviado a su casa, por falta de camas.

Sus hijas pidieron prestado 6.000 reales (unos 1.000 dólares) y compraron un pequeño cilindro de oxígeno.

Pronto otros familiares contrajeron la enfermedad y la casa se convirtió en un sanatorio.

A pesar de las donaciones de amigos y vecinos, las jóvenes estiman que tuvieron que pagar unos 20.000 reales en expensas médicas, principalmente para comprar oxígeno.

En el auge de la crisis, en enero, el precio del cilindro de 50 litros subió de 1.000 a 6.500 reales, con el florecimiento de un mercado negro.

Los cargamentos de oxígeno y los depósitos en los hospitales requirieron custodia policial.

Algunos estafadores no dudaron en pintar de verde los matafuegos, para venderlos como botellas de oxígeno.

– “¡Sácame de aquí!” –

Otros ‘manauenses’ describen experiencias aterradoras en los hospitales.

Josimauro da Silva, un mecánico de 57 años, diabético, fue internado con síntomas severos de covid. Pero después de pasar la noche en el corredor de un hospital con más de 100 enfermos esperando tratamiento, llamó a su hija Jessica y le pidió: “¡Sácame de aquí lo más rápido que puedas o moriré en este lugar!”.

Le contó que no había camas, no había oxígeno, no había médicos ni personal de enfermería para atender a tantos pacientes.

Jessica, de 22 años, empezó a ocuparse de él. Una tarea agobiante, que apenas deja tiempo de alimentarse y dormir.

“Me convertí en una zombi”, cuenta la mujer.

Olga D’arc Pimentel, de 72 años, es vacunada por un trabajador de la salud con una dosis de la vacuna COVID-19 Oxford-AstraZeneca en la comunidad de Nossa Senhora Livramento a orillas del Río Negro cerca de Manaus, estado de Amazonas, Brasil el 9 de febrero de 2021 (Foto de MICHAEL DANTAS / AFP)

 

Su padre usó 20 cilindros de 50 litros en los primeros 21 días de tratamiento. Logró pagarlos gracias a donaciones de familiares y amigos.

“Quien tenía algo de dinero compró oxígeno y, si pudo, alquiló un avión y se marchó de Manaos”, refiere Christovam Barcellos, un investigador de la Fundación Fiocruz.

“La ciudad fue abandonada a los pobres”, agrega.

Incluso familias con medios económicos se vieron obligadas a improvisar hospitales caseros.

La de Thiago Rocha, un analista de tecnologías de la información, de 36 años, decidió instalarlo en el living, con su tubo de oxígeno, al comprobar que su estado empeoraba en el hospital donde era tratado de covid-19.

“Estaba muy asustado”, cuenta Rocha.

Su familia, de clase media alta, estima que esos cuidados costaron unos 10.000 reales, una pequeña fortuna para millones de brasileños.

– Manaos, “un laboratorio” –

Los responsables de la salud pública en Manaos cometieron errores.

Los altos funcionarios cedieron a “presiones políticas” para acelerar la reapertura de la economía, afirma Barcellos.

El presidente de ultraderecha Jair Bolsonaro se opone a las medidas de confinamiento decretadas por varios Estados, aduciendo su impacto económico. Mientras duran esos debates, la pandemia ya ha dejado más de 280.000 muertos en el país, un balance superado solo por Estados Unidos.

Años de recortes presupuestarios y de corrupción socavaron además el sistema público de salud.

La evolución de la enfermedad en Manaos debe servir de advertencia para todos, dice Benzaken.

La variante P1 del virus se propaga rápidamente. Ya fue detectada en una decena de países, entre ellos Estados Unidos, Reino Unido y Japón.

Las vacunas se muestran afortunadamente eficaces para neutralizarlo. Pero no es seguro que la vacunación consiga avanzar más rápido que el virus y que otras variantes que puedan surgir.

“Esta crisis puede suceder en cualquier parte”, afirma la especialista. “Manaos es como un laboratorio de lo ocurrirá”, agrega. AFP