Omar Estacio Z.: 17 alcabalas hasta la esperanza

“600 kilómetros, separan, San Félix de Santa Elena de Uairén. El recorrido es a través de la inmensidad del estado Bolívar, vía la Troncal 10. Antes de llegar, Chávez, al poder, a los guayaneses nos tomaba siete horas y media. Sin embargo, las pésimas condiciones actuales del camino, la presencia de vendedores ambulantes que pululan, en pleno pavimento, pero sobre todo, las 17 alcabalas de la Guardia Nacional Bolivariana, GNB, emplazadas a lo largo del trayecto, privan para que los viajeros, según las circunstancias, demoren, de uno y hasta tres días. A mí hijo, Simón Luis, de 14 años, y a mi, nos tomó alrededor de 36 horas”.

El párrafo anterior, es el inicio de la narración de, Mayra Yolanda Calatrava, bioanalista, venezolana, divorciada, de 38 años, residenciada en una urbanización exclase media alta -la dupla Chávez/Maduro nos ha reducido a marginales, a casi todos- de Puerto Ordaz ciudad gemela de la mencionada San Félix. Mayra Yolanda, es una de las muchísimas madres, padres, abuelos, familiares en general, que se han visto en la obligación -subrayamos esta última palabra- de aventar a sus seres más amados al exilio: “refugiarse en el extranjero, es la única esperanza para millones de venezolanos”, como lo expresa, muy sentida, en la carta que hoy les transcribimos parcialmente. En su caso, la separación es de su mencionado hijo. Nadie sabe si volverán a estar juntos.

Prosigue Mayra Yolanda su relato:





“Lo más importante para llegar bien, a medias, a Santa Elena, es convencer a los efectivos de los puestos de la GNB, que, uno tras otro, 17 veces, de manera amenazante, te obligan a detenerte y salir del vehículo, estacionarlo, por horas a un lado de la vía, para someterte a interrogatorios y revisiones, que el propósito de tu viaje, no es irte a Brasil. A la menor sospecha, se tornan violentos, te despojan de los pocos dólares que lleves y te decomisan todo lo que les llame la atención de tu equipaje”.

Augusto Mijares en “Lo afirmativo venezolano” escribía: “Desgraciado el país, en el que, el hombre honesto, teme, cuando ve a la autoridad”. La entronización en el Poder de, Chávez, Maduro, Diosdado Cabello, los Rodríguez-Gómez, la familia El Aisami, Padrino López y demás miembros de tal “grupete” constituye una desgracia tumultuaria, exorbitante, inimaginable, que confirman las reflexiones de Mijares. Es preferible, mil veces, negociar tu libertad con un secuestrador, común, corriente, barriobajero, que con un agente de seguridad del Estado o con cualquier juez de nuestro postrado sistema judicial para que, te excarcele o no te mande, arbitrariamente, a un calabozo.

“Desde que pisas Santa Elena -prosigue Mayra Yolanda- te comienzan a llover enjambres de pretendidos guías o baqueanos que ofrecen sus servicios para pasarte al otro lado de la frontera. Unos, se jactan sus “contactos” con algún generalote de la Zona Número 62; otros, que son validos del gobernador, sin que falten los que presumen de ser los mejores conocedores de las más inéditas trochas que conectan ambos países. Lo que no te robaron los oficiales de la GNB en el trayecto, te lo pretenden birlar estos vulgares defraudadores”.

He aquí, otra ratificación, si es que hace falta alguna adicional del grado de degradación de nuestro gentilicio. Los que han sido esquilmados por quienes tienen lazos con el poder, esquilman, a su vez, a los más vulnerables. Es el expolio, en cascada. El todos contra todos. La destrucción de la solidaridad, ciudadana o vecinal. He ahí, el cacareado “Hombre Nuevo”, que prometió construir el felón al que, post-mortem le han endilgado, el remoquete ridículo, de “Comandante Eterno”.

“Nos detenemos poco antes de llegar a la Alcabala del SENIAT, justo en la frontera con Brasil, sector “La Choza”, que está tomado por los indígenas organizados. Éstos, no engañan, ni estafan a quienes decidimos marcharnos a donde haya futuro, aunque sea a costa de terribles privaciones. El paso por la frontera, puede ser a pie o en motocicleta, según no se lleve o se lleve equipaje. En nuestro caso, Simón Luis, iba en una primera moto y yo, en la que lo seguía muy de cerca. En estos postreros momentos, a su lado, no quiero despegarme de mi hijo. Los indígenas, habían logrado nuestra inclusión en el cupo máximo, de 50 venezolanos diarios con entrada al país vecino, aunque en mi caso, después de entregarle Simón Luis, a su padre, debo regresarme a Venezuela donde he dejado a mis ancianos padres. En Pakaraima, ya del lado brasileño, está el refugio en el que la Policía Federal de Brasil, recibe a los expatriados venezolanos. Nos tratan, amigablemente. Y pensar los maltratos que hemos recibido de los GNB y de los timadores de Santa Elena. A lo lejos diviso, a Román, mi exposo. Ha venido a recoger a Simón Luis. Un carro de alquiler los espera para recorrer los 230 kilómetros, necesarios para llegar a Boa Vista. Allí tomarán un avión que en unas pocas horas volará los 3.500 kilómetros, hasta su destino final, Sao Paolo. No sé de dónde he sacado fuerzas. Pero logro no estallar en llanto cuando le doy la bendición a mi hijo. Igual o peor que en tiempos de la Colonia, en los que después de cada subasta negrera, las familias de esclavos se desmembraban. Simón Luis quiere ser veterinario. En Venezuela, se achica más, el un poco espacio para el trabajo honesto. Regreso, a Santa Elena en la parrilla de la moto que me llevó para encontrarme con el padre de mi hijo y en el mismo vehículo me dirijo mi residencia en Puerto Ordaz. Única forma que no me tome día y medio adicional. Desde que Simón Luis y yo nos separamos no he parado de llorar”.

@omarestacio