El día que conocí a Maduro, por Thairy Baute

Cuando ni siquiera imaginábamos la tragedia a la que nos conduciría la revolución bolivariana y en plena luna de miel de El Nacional con el recién elegido presidente Hugo Chávez Frías, me encomendaron la tarea de entrevistar a varios constituyentistas del Movimiento V República.

Transcurría el año 1999 y muy poco se sabía sobre las propuestas revolucionarias que integrarían a la nueva Constitución prometida por Chávez en su campaña electoral. El país estaba expectante.





La cita fue en un apartamento ubicado en Chacaíto, propiedad de un gallego, quien con evidente regocijo hablaba de los cambios que se avecinaban, de cómo ahora los venezolanos nos encaminaríamos hacia una verdadera democracia, del fin de la desgracia bipartidista. El gallego, que destilaba un sentimiento nacionalista más arraigado que cualquier venezolano, con mucho orgullo revolucionario, cedió el espacio para el encuentro.

Me parecía una reunión casi subversiva, a escondidas, todo un misterio. Y allí estaban sentados Tarek William Saab, Cilia Flores, Freddy Bernal y Nicolás Maduro. Fue una larga conversación en la que abundaron en generalidades sobre el sentido humanista que querían imprimir en la Carta Magna, las bondades de una democracia protagónica y participativa, la distribución equitativa de las grandes riquezas de la nación, el petróleo que ahora sí sería para todos los venezolanos, la prevalencia de los derechos humanos como un principio fundamental en el texto constitucional.

Los más locuaces fueron Tarek y Cilia; los menos, Freddy y Nicolás. Los dos primeros, abogados; los otros dos, policía y chofer de Metrobus. Cuando pienso en aquel momento, nunca vislumbré que aquel hombre corpulento y alto, con dificultades para hilar ideas mientras hablaba, sería el sucesor de Chávez, y mucho menos visualicé que se convertiría en uno de los más crueles dictadores de Latinoamérica.