Miguel Méndez Fabbiani: La purga chavista

Muchos venezolanos se preguntan que acontece hoy en la convulsa Venezuela chavista?

Millones de ciudadanos hambreados y oprimidos dentro del gulag tropical que es hoy Venezuela, atestiguan una inclemente guerra mellizal desatada en la cúpula misma del cartel de Miraflores.

Estupefactos los venezolanos de bien presencian un enfrentamiento cainiano entre bandas rivales de esa corporación criminal llamada chavismo.





Una lucha intestina a muerte se ha desencadenado entre las filas del clan mafioso que intenta destruir nuestro país.

Lucha fratricida, instrumentada para definir de una vez el control absoluto del saqueo criminal que se le realiza impunemente a nuestra Venezuela.

Para comprender el alcance de este fenómeno histórico habría que realizar un breve viaje al pasado de esa ideología radical, absurda, fallida e inaplicable que es él comunismo.

El cáncer comunista en su metástasis leninista soviética.

En 1936, el tirano soviético Stalin obsesionado por eliminar cualquier disidencia dentro de su partido comunista, desató un periodo sangriento de crímenes masivos que pasaría a la historia como la “Gran Purga” .

Sus víctimas: los propios dirigentes comunistas que en esos instantes eran sus mismísimos compañeros de dirección partidista.

La Unión Soviética ya había ejecutado purgas antes, como las ejecutará después, pero lo que ocurrió entre los años 1936 y 1940 fue una verdadera sangría frenética.

700.000 asesinatos, otros tantos condenados a penas de prisión en abominabled campos de trabajo forzado–donde muchos de ellos morirían- y cerca de 25.000 exiliados a la fuerza.

Y todo eso, en poco más de tres años. Todo este genocidio subrepticio fue perpetrado en tiempo récord.

¿Qué se proponía Stalin realmente?

Básicamente, borrar cualquier huella de la estructura de poder anterior a él.

Había que evitar disidencias internas, suprimir rivalidades incómodas, había que aniquilar las pervivencias de los viejos partidos, había que desmantelar las redes de oposición social (los campesinos libres, por ejemplo), había que limpiar el ejército de pervivencias de la época zarista.

Y de paso, había que anular cualquier oposición a su propio poder. La Cheka, la NKVD, la policía política del régimen, se puso a trabajar bajo el mando de Yagoda.

Se organizaron tres juicios sucesivos, presididos por el fiscal Vyshinsky. Por allí pasaron los principales nombres de su propio Partido comunista: Kamenev, Bujarin, Zinoviev, todos sus correligionarios acusados de alta traición. Sometidos a crueles torturas, confesaron.

Sólo un dato: de todos los delegados del Partido Comunista en 1934, cerca del 60% fueron arrestados y ejecutados.

Los propios responsables de la Cheka, Yagoda primero y Yezhov después, terminaron víctimas de la psicótica histeria estalinista.

Un nuevo represor, Labrenti Beria hará el trabajo sucio.

Además de los nombres más señeros del politburó del PCUS, bajo las purgas de Stalin cayeron la mayoría de los militantes de primera hora, los dirigentes llamados “originarios” .

Uno analiza, aunque las comparaciones históricas no quepan exactamente, qué los “Febreristas” soviéticos de aquella época fueron todos eficientemente purgado sin ninguna conmiseración.

Muchos líderes comunistas en el exterior, los altos mandos militares más destacados, y los responsables de la intervención soviética en España durante la guerra civil fueron asesinados.

Todos fueron eliminados de la faz de la tierra en tiempo récord por el terror marxista.

Fue una verdadera orgía de sangre que la propia Unión Soviética en figura de Nikita Kruchov, luego condenaría tras la muerte del desalmado Stalin en 1953.

1.500.000 de judicializados y 700.000 personas ejecutadas de entre sus propias filas marxistas, leninistas, muchos incluso stalinistas cercanos a él mismo.

Esto constituyó un fenómeno tremendamente singular por qué Stalin por primera vez asesinaba en masa a los propios, a los suyos.

Tan temprano como en 1934, ya el politburó del partido comunista había expulsado a 400.000 de sus propios militantes, esto, en un partido que se jactaba de ser elitista en sus cuadros directivos.

Stalin sin mucho aspaviento le estaba declarando la guerra a muerte sus propios camaradas de ruta.

De hecho, de sus purgas masivas no sobrevivió ningún líder comunistas importante que pudiera hacerle algún atisbo de sombra.

Iósif Vissariónovich Dzhugashvili alias “Stalin” temía que él colectivo se enterase de su primitivismo intelectual y de su escasa participación en la gesta revolucionaria octubrista.

Stalin pretendió y logró eliminar a todo testigo que pudiera desmentir su papel de protagonista central durante la revolución bolchevique. El tirano rojo deseaba controlar absolutamente el diseño del futuro comunista sin disensos, ni divergencias.

En el ámbito militar el sucesor de Lenin fue más que implacable: de 5 Mariscales de Campo, 3 fueron fusilados; de 15 Generales en Jefe, 13 fueron fusilados; de 9 Almirantes en Jefe, 8 fueron fusilados; de 57 altos oficiales de mando superior, 50 fueron fusilados.

De estas depuraciones sanguinolentas surgía una corrupta casta militar emergente que le debía su carrera a Stalin y por esto su lealtad absoluta.

En su zona de influencia geoestrategica, Stalin fue igual de cruel.

En los países satélites que la URRS, regidos bajo el momentáneo pacto germano-soviético, también sacrificó a cientos de miles de comunistas. Incluso mató sin ningún prutito a los comunistas adeptos suyos que se opusieron en armas a Hittler.

SÍ hechamos mano de la nómina completa del KVD (Partido Comunista Alemán), Stalin mató más dirigentes de su partido que el propio Hitler!

Y aquellos que se salvaron por poco de estas purgas, al entrar en vigor el pacto Ribbentropp-Molotov, fueron entregados a los Alemanes para ser fusilados.

Los mal llamados “Procesos de Moscú” fueron 3 esperpenticas parodias judiciales, montadas para justificar la condena de millones de comunistas.

Estas purgas regulares e inverosímiles, ejecutadas con los procedimientos del siglo XXI, son las mismas qué vemos hoy en la Venezuela chavista. Disputas violentas por cargos, poder y dinero propias de esa ideología hamponil qué impera en nuestra Venezuela.