Luis Beltrán Guerra G.: Venezuela ¿sus premoniciones?

Luis Beltrán Guerra G.: Venezuela ¿sus premoniciones?

En las fuentes mas frecuentes de la lingüística el sustantivo “premonición”, no deja de aterrorizar, tanto en singular, como cuando acudimos al plural escribiendo “premoniciones”. Y la aprehensión es, en principio, legítima, pues los sinónimos son “presagio, intuición, corazonada, barrunto, conjetura, presentimiento, agüero y vaticinio”. De allí la cuestionable pregunta o aseveración en lo concerniente a Venezuela, un país otrora sano, pujante, rico tanto en el suelo como en el subsuelo, gente educada, decente, bondadosa y amable, con cuarenta años de democracia liberal, partidos políticos de seria, legitima y merecida dirigencia y militancia, escenario que pareciera habérnoslos tragado y sin pensar en las consecuencias. La pregunta, tan preocupante, como la respuesta, lo cual, dejando de lado la detestable tendencia al analisis de las situaciones, pasadas, presentes y hasta futuras, tomando como criterio único y privativo el aspecto menos providencial, perjudicial y adverso, no puede negarse que generan frustración, desencanto, fatalidad y desventura.

Es como para afirmar a gritos, pensando que muchos nos escuchan, que Venezuela no ha salido y si lo logró ha abrazado nuevamente a “la anarquía”, pero, inclusive, atípica, pues se trata de una mezcolanza extraña en la cual no se sabe a ciencia cierta quiénes son los fuertes y los débiles. “La vida, como se percibe sin mucho esfuerzo es “solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta”. Habremos regresado, parecieran preguntarse los más leídos a la era de Thomas Hobbes, convencidos de que “el único derecho que nos queda es el de la propia conservación”. Nos conduce, consecuencialmente a “un monstruo que nos comerá, inclusive, después de la vida. Sí al “demonio”, al “leviatán de Don Thomas”. ¿La razón para que nos coma? Para el filósofo “ser pecadores”. En Caracas, bastante más que ello. Puede no estarse de acuerdo en el aserto, pero lo que sí es extraño negar es que “el encapsulamiento del País es una verdad incuestionable. ¿El diagnóstico?, hay consenso de una enfermedad grave, pero disenso en lo atinente a las causas y mucho más en el tratamiento. Aquello que fue “republica” está bajo las indicaciones de un radiólogo “respire, no respire”. Y la luz, como lo demanda la técnica, apagada. La sala con sus aparatos, a oscuras.

Un fenómeno particularísimo (“de su género y de su especie”), para algunos cuántos pareciera que hasta anhelado, al cual faltan días para un cuarto de siglo, inserto en lo que pudiera llamarse “el arbitraje castrense”, consiguiera hoy calificarse como “la brasa que encendió la hoguera”. En la búsqueda de su justificación las sorpresas no dejan de analizarse, una, la concerniente a que después de más de cuarenta años de vida democrática se hubiese generado un alzamiento militar para derrocar a un gobierno electoralmente estatuido. La segunda que el coronel Hugo Chávez, jefe de la intentona, se haya convertido en un líder político capaz de “destejer los hilos de una democracia formal” y acceder a la Primera Magistratura a través del voto popular, convocar a una Asamblea Constituyente y dotar al país de una nueva Constitución y del “pacto social” en ella estatuido. Una nueva república en la mente del conductor, la cual apellidó “bolivariana”.





Al “apartado” ha de agregarse que Dios, diera la impresión, se convenció de que “El comandante “, grado que le asignaron sus seguidores, por cierto, bastantes, cumpliría “la tarea” en 2 etapas, la primera “person to person” y la segunda por intermedio de su discípulo mas confiable, Nicolas Maduro, hoy gobernante de Venezuela desde 1999 y, por tanto, a la fecha ya por década y media. Pero con la plena convicción de aspirar a su reelección en el 2024. Parangonando, con el permiso de los católicos, es como para atestiguar que así como Jesús escogió a Pedro como su alumno preferido, pareciera haberlo hecho “Hugo” en lo concerniente a “Nicolas”. El New York Times, en reportaje de septiembre del 2020 pareciera inclinarse por la acertada escogencia: “Desde que unió fuerzas el año pasado, la oposición fragmentada de Venezuela ha probado con protestas y huelgas, y ha promovido sanciones internacionales, ofertas de amnistía y un golpe de Estado. Incluso consideró una invasión de mercenarios para derrocar al presidente Nicolás Maduro. Todo eso ha fracasado y ha dejado desmoralizados y acosados a los opositores y la nación petrolera que alguna vez fue rica se hunde cada vez más en la ruina” (Periodistas, Mariana Martínez y Anatoly Kurmanaev). Apreciación esta que induce, en aras de una categorización del fenómeno a calificarlo, cuánto menos, cómo “el barrunto venezolano”.

A la fecha no ha logrado imponerse un único liderazgo por parte de una oposición que presuntamente ha de ser numéricamente mayor o por lo menos igual a los afectos al gobierno. Pero, adicionalmente, el país no escapa de una exagerada minipartidización que afecta, por lo menos, a toda America Latina, acompañada por la poca o ninguna credibilidad en los dirigentes políticos. Por lo menos media docena de candidatos han levantado la mano gritando “Yo aspiro” en unas elecciones primarias, una especie de “referéndum” sustentado en el voto directo del electorado que postula un cambio de gobierno y, por tanto, para seleccionar a aquel que competiría con el actual Primer Magistrado, entre ellos, María Corina Machado, a quién la Providencia ojala induzca a su comando a insuflarle lo bueno de Margaret Thatcher, de Michelle Bachelet, de Angela Merkel y de Giorgia Meloni. Da la impresión de que le está yendo bien y que se ha rodeado de un buen equipo, en principio, coordinado por muestro querido amigo y compañero de gabinete en el segundo gobierno del Presidente Carlos Andrés Pérez, Carlos Blanco. Mención que justifica decirle “manos a la obra” y con las restantes frases elogiosas al “Magistrado demócrata” “Vaya de frente y dé la cara”.

Carlos porta, también, en sus alforjas, la Ley de Elección Directa de los gobernadores de Estado, demostrando su capacidad de buen negociador para que se aprobara en el Congreso de dos cámaras, Senado y diputado, que pinteara el constituyente de la democracia de 40 años, hoy tan sacudida que no sabemos dónde encontrarla. Sus dotes serán, sin lugar a dudas, útiles para acuerdos entre la media docena de candidatos a las primarias en ciernes.