Katharine Hepburn, la diva feminista que vestía de hombre y vivió durante 30 años un triángulo amoroso

Katharine Hepburn, la diva feminista que vestía de hombre y vivió durante 30 años un triángulo amoroso

Katharine Hepburn en 1935, durante la filmación de Sylvia Scarlett (Getty)

 

Fue una actriz legendaria de la historia del cine -la que ganó más premios Oscar, cuatro, en el rol protagónico-, una mujer indomable, pionera del feminismo en Hollywood y un ser contradictorio, como todos. Katharine Hepburn murió el 29 de junio de 2003, a los 96 años, con su principal deseo cumplido: ser independiente en un ambiente que imponía (¿usamos el pasado?) la sumisión femenina. Quedó en la historia como un ícono artístico rebelde, agigantado por la época que le tocó vivir. Tal vez, sólo tal vez, su talón de Aquiles fue haber sido amante de Spencer Tracy durante 27 años, hasta la muerte de él, a los 67. Tracy -con el que protagonizó nueve películas- era casado, tenía dos hijos, uno de ellos sordo, y se consumió entre la culpa provocada por su conservadurismo religioso y su alcoholismo extremo, aunque también tenía fama de habitué de burdeles y golpeador de prostitutas. Hepburn, que no tuvo hijos, mitigó las tendencias autodestructivas de él y les dio la espalda a los rumores de que ambos eran homosexuales (rumores lanzados a modo de acusación, obvio).

Por infobae.com





Hepburn nació el 12 de mayo de 1907 en Hartford, capital del Estado de Connecticut. Segunda de seis hermanos, de familia progresista acomodada, su padre, Thomas Hepburn, era urólogo y amigo del escritor George Bernard Shaw; su madre, Katharine Houghton, era activista feminista. El matrimonio impulsaba con acciones distintos cambios sociales en los Estados Unidos: Thomas creó una institución que enseñaba a prevenir enfermedades venéreas; Katharine dirigió la Asociación de Sufragio Femenino de Connecticut e hizo campañas de divulgación de métodos anticonceptivos. Desde los ocho años, su hija la acompañó a manifestaciones en favor del voto femenino, aprobado en 1919 y ratificado en agosto de 1920.

La educación liberal -hablamos del plano social, no económico-, hizo que Kathie rompiera las convenciones sociales y los prejuicios morales desde pequeña. Quebraba, por ejemplo, el binarismo de género y los roles estancos: se hacía llamar Jimmy y se cortaba el pelo bien corto, como los varones de aquella época, con los que competía en destreza física. Practicaba natación y tenís. Se sentía afortunada por el padre y la madre que le habían tocado y por la educación que le daban. Pero aquella felicidad tenía fecha de vencimiento, 3 de abril de 1921.

Ese día, imborrable por lo espantoso, Kathie, de 13 años, encontró ahorcado a Thomas, su hermano preferido, de 15. Estaban de vacaciones en Nueva York, en la casa de una tía que el día anterior los había acompañado a ver una película muda. En el edificio de tres plantas de 26 Charlton Street, Greenwich Village, Katharine descubrió el cadáver de Tom colgado de una sábana cuyos bordes estaban atados al cuello de él y a una viga. Corrió a pedir ayuda y luego tuvo que avisarles a sus padres. Tom se había suicidado, como otros tres miembros de la familia, entre ellos su abuelo materno. Aunque los Hepburn sostuvieron, en el caso de Tom, que se había tratado de un accidente durante un juego border que el chico ya había practicado otras veces.

De camino al crematorio, Kathie vio llorar a su madre, una mujer estoica. “Nunca antes la había visto llorar. Y nunca volví a verla. Era fuerte. Había tenido que enfrentar dolores fuertes, como el suicidio de su padre y la muerte de su madre a los 34 años, de cáncer. Afrontó la responsabilidad de cuidar a sus dos hermanas. Si lloraba, lo hacía a solas”, dijo Hepburn, cuya personalidad cambió a partir de aquel día trágico. A una edad difícil, se volvió ermitaña, desconfiada, alejada del mundo exterior. Abandonó la Kingswood Oxford School y comenzó a estudiar con profesores privados. Durante muchos años, usó la fecha de cumpleaños de Tom, 8 de noviembre, como propia.

En 1924, impulsada por su madre, ganó una beca en el Bryn Mawr College. Le costó readaptarse a la vida social, en especial a la universitaria. Desafió las normas de la institución y fue suspendida varias veces por confrontar y por fumar en su cuarto. Pero había una actividad que le atraía especialmente: participar en obras de teatro de la institución. Los primeros elogios se los ganó con el papel principal en una producción independiente de “The Woman in the Moon”. Aunque estaba claro que se dedicaría a la actuación, en 1928 se graduó en Historia y Filosofía.

Estrella distinta

Al día siguiente de haberse graduado, decidida a convertirse en actriz, viajó a Baltimore para reunirse con Edwin Knopf, director de una compañía de teatro con la que hizo un pequeño papel en “La Zarina”. Las críticas generales fueron buenas, aunque alguien la mencionó como “una chica nueva, de voz metálica, que parece un esqueleto”. Recordemos que el “ideal” físico femenino de la época era más bien curvilíneo. A Kate no le importaba. Sí coincidía con la cuestión de la voz: averiguó sobre un sitio en donde estudiar fonética y viajó a Nueva York, donde se instaló en la casa de Phelps Putnam, un amigo poeta y uno de sus primeros amores complicados.

Allá consiguió papeles menores en distintas obras teatrales y empezó un noviazgo con Ludlow Ogden Smith, un muchacho de familia aristocrática con el que se casó ese mismo año, 1928, y se separó en 1934, cuando el matrimonio se volvió incompatible con su carrera. Divorciados, siguieron siendo amigos e incluso mantuvieron la convivencia durante un tiempo: una sorpresa no del todo grata para los amantes de la joven actriz.

En 1932 le llegó la gran oportunidad de hacer cine. Hepburn se enteró de que George Cukor, realizador que solía sacar lo mejor de las actrices, buscaba a alguien para un papel en “Doble sacrificio”, en Los Ángeles. La actriz viajó hasta California en tren: llegó con un sombrero fuera de moda y los ojos irritados por virutas que habían entrado por la ventanilla. Al día siguiente se presentó en el casting con un parche estilo pirata. No sólo obtuvo aquel papel -por el que pidió ganar 1500 dólares a la semana, una miseria hoy, una fortuna para una actriz desconocida en los años 30- sino muchos otros. Su carrera tomó un ritmo vertiginoso; con su tercer filme, “Gloria de un día”, de Lowell Sherman, ganó su primer Oscar, nada menos que en el rubro “Actriz protagónica”. No fue a recibirlo, como no iría a las siguientes ceremonias en que estuviera nominada.

Katharine tenía 26 años y, con su metro setenta y dos, sus ojos azules y su pelo rojo, mutaba entre el glamour de diva y el “me visto como quiero y hago lo que se me canta”. Fumaba habanos, tomaba whisky con soda, nadaba en el mar en invierno, usaba pantalones, retrucaba con mucho filo y con poca diplomacia. Cukor explicó: “No se parecía a los años 30, sino a sí misma. Luego las chicas empezaron a imitarla, y la década se pareció ella”. Lo concreto era que Hepburn se instalaba en el firmamento hollywoodense como una estrella distinta, fulgurante e indómita, confrontativa con el machismo que regía las constelaciones de la época.

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