Las dos caras de un tornero de pueblo: el vecino amable que ocultaba un sangriento violador y asesino serial

Las dos caras de un tornero de pueblo: el vecino amable que ocultaba un sangriento violador y asesino serial

Detrás de la imagen de buen vecino de Josep Talleda se escondía un asesino serial y violador (Fuente: Netflix)

 

-¡Sí, es mi Montse, es mi Montse! – se desgarró en un grito Carmen Ávila cuando el caporal de la Guardia Civil Gregorio Pacheco levantó la manta que cubría el cadáver de la niña encontrada a la vera del camino, a solo un kilómetro de la ciudad de Sant Hilarí Sacalm, en Cataluña.

Por infobae.com





Eran poco más de las 11 de la mañana del domingo 12 de julio de 1987. Más temprano, a las seis y media, dos cazadores que iban a adentrarse en el bosque habían encontrado el cuerpo de la chica. A primera vista se notaba que su muerte no era un accidente, que ningún auto o camión la había atropellado. Tenía una herida limpia en el lado derecho de la cabeza. La chica había sido asesinada.

Buscan identificar a la víctima

En el pueblo ya había corrido la voz que faltaba una niña: “La Montse” – como todos la llamaban – una de los nueve hijos de la familia de un camionero y una empleada doméstica. Cuando llegó la Guardia civil, la señora de la casa quedó paralizada, tanto que su hija mayor, Carmen, debió ofrecerse a acompañar al caporal Pacheco para ver si la muerta era su hermana.

Estaba por subir al automóvil policial cuando un hombre reaccionó y se ofreció llevar él mismo a Carmen en su camioneta. Josep Talleda, padre de familia de 46 años, de profesión tornero, vivía a menos de cien metros de la casa de los Ávila y era bien conocido en el pueblo. Amable y servicial, solía tener gestos solidarios con sus vecinos. “Ya la llevo yo”, dijo.

Al caporal Pacheco le pareció bien, porque en una situación tan angustiante era mejor que Carmen, una adolescente de solo 17 años, estuviera acompañada por alguien de confianza. Con Carmen en el asiento del acompañante, la camioneta Citroën de Talleda siguió al auto policial hasta donde estaba el cuerpo.

Carmen reconoció el cuerpo de su hermana Montserrat y se alejó del lugar llorando. Talleda, que se había quedado a unos pasos, se acercó y pidió verlo. “Sí, es Montse, la conozco porque lleva puestos unos pantalones que le regalé yo”, dijo parado frente al cuerpo.

La última noche de Montse

La noche anterior, Montserrat Ávila había salido de su casa a eso de las 22.30, diciendo que iba un rato a lo de Talleda para ayudarlo a limpiar la tornería. Era algo habitual, porque antes Carmen y ahora Montse solían ir al taller para hacer pequeños trabajos a cambio de unas pocas pesetas o algún regalo.

La madre pensó que Montserrat le estaba mintiendo. Eran más de las diez de la noche del sábado y seguramente se iría con algunas de sus amigas a la discoteca del pueblo. La dejó ir, la Montse tenía derecho a divertirse un poco. Además, seguramente Carmen, la mayor, ya estaría en la discoteca – que no había muchos lugares para ir en ese pueblo – y eso la hizo sentir más segura.

Pero Montserrat no volvió esa noche a la casa y Carmen no la había visto en la discoteca. Todo eso le contó la madre de la chica muerta al caporal Pacheco, que le preguntó a Talleda si había visto a Montserrat en el taller la noche anterior. Talleda respondió que no y agregó que a esa hora estaba comiendo con su mujer en un restaurante del pueblo. Era una coartada comprobable, y Pacheco lo dejó en paz.

El caporal no le preguntó al tornero – que solía hacerle regalos a la chica – si era él quien le había dado las 5.000 pesetas que tenía en un bolsillo del pantalón; tampoco le llamó la atención que Talleda – que nunca salía a comer afuera – hubiese ido justo esa noche con su mujer al restaurante.

La investigación quedó estancada, y a nadie tampoco le sorprendió que poco después Talleda vendiera su camioneta Citroën, que estaba casi nueva, para quedarse solamente con su viejo Renault.

Si la Guardia Civil hubiese revisado sus propios archivos sobre muertes y desapariciones en la zona, habría encontrado un dato del pasado del tornero que podía atarse – aunque débilmente – con la muerte de Monserrat Ávila.

Para leer la nota completa pulse Aquí