El día que el cartel de Cali le perdonó la vida al hijo de Pablo Escobar, el mayor narcotraficante colombiano

El día que el cartel de Cali le perdonó la vida al hijo de Pablo Escobar, el mayor narcotraficante colombiano

Pablo Escobar y su hijo Juan Pablo

 

Habían pasado tan solo dos días de la muerte de Pablo Escobar cuando su esposa, Victoria Eugenia Henao, y su hijo supieron que junto a Manuela, la menor de la familia estaban condenados a muerte. Un viejo conocido de ellos, don Fabio Ochoa Restrepo, dedicado al negocio de los caballos, llegó a las Residencias Tequendama donde vivían en Bogotá para comentarles la nefasta noticia: “Fidel Castaño, líder de los Pepes (Perseguidos por Pablo Escobar, grupo paramilitar conformado por los enemigos del narcotraficante colombiano más temido) tiene la orden de asesinarlos a los tres”, les detalló a manera de advertencia luego de almorzar un banquete de arepas, frijoles chorizo, chicharrón, huevo y carne molida que llevó para compartir a manera de agasajo de su restaurante La Margarita del 8.

Por infobae.com





Antes de despedirse, a manera de reflexión agregó porque conocía bien al personaje en cuestión: “Fidel lo reconoce a Pablo como un guerrero, pero dice que cometió un error, tener familia”. Lo que en el mundo narco suele convertirse en moneda de pago cuando alguien considera que lo traicionaron o simplemente lo ubica en el bando contrario de un mismo negocio donde suele correr sangre.

La escena descripta ocurrió el 5 de diciembre de 1993 y fue contada por Juan Pablo Escobar, el propio hijo del hombre que supo aterrorizar a Colombia en los 80 y comienzos de los 90 en uno de sus libros, “Pablo Escobar Mi Padre, las historias que no deberíamos saber”, de Editorial Planeta, un trabajo tan minucioso como impresionante, donde obtuvo recorriendo lugares, visitando personas y recolectando datos, precisiones que ni él mismo sabía.

Juan Pablo por entonces tenía apenas diecisiete años y cuenta que ante tal panorama, junto a su madre decidieron hacerle llegar una carta a Castaño en la que le pedían por sus vidas, dejando en claro además la viuda que ella siempre le pidió a su esposo que buscara la paz con sus enemigos.

A Fidel lo conocía porque en una época fue amigo de su marido y también era un apasionado del arte como ella, capaz de viajar a París donde tenía un confortable departamento en el que solía lucir obras de los artistas más célebres. No era extraño que viajara a Europa para regresar al día siguiente solo para adquirir el cuadro con el que había soñado la noche anterior.

Victoria también era y sigue siendo una exquisita y fiel coleccionista. En el famoso Edificio Mónaco donde vivió y luego sufrió un cobarde ataque con un “carrobomba” en el que la vida de ella y sus hijos estuvo en peligro, la esposa de Pablo supo exponer obras de Fernando Botero, Darío Morales, Enrique Grau, Francisco Cano, Claudio Bravo, Salvador Dalí y Auguste Rodin, entre otros destacados.

Castaño, que podía llegar a ser tan violento como caballero le respondió a Victoria Eugenia que él no guardaba rencor hacia ellos, y que hasta había ordenado que le devolvieran pinturas que oportunamente los Pepes les habían birlado como por ejemplo, Rock and Roll del español Dalí.

Paralelamente, mientras le reclamaban ayuda las mujeres de quienes trabajaron para su marido y habían caído presos, seguían apareciendo enemigos en su camino en busca de la paz y la supervivencia de ella y de sus hijos. Apenas había logrado el perdón de Fidel Castaño apareció otro nombre pesado en su lista, el de otro narcotraficante poderoso, un tal Iván Urdinola, que le envió un mensaje para que lo visitara en la Cárcel Modelo de Bogotá a través de la novia de Popeye, fiel lugarteniente de Escobar.

A la primera visita fue Victoria sola. Luego Urdinola quiso que asistiera también Juan Pablo. Y les transmitió un mensaje de los integrantes del Cartel de Cali, archiferoces enemigos de Pablo. Cuando tuvo al hijo de Escobar cara a cara, Urdinola le expresó con cara de pocos amigos: “Usted ya sabe quién ganó esta guerra. Ahora el nuevo capo de capos es don Gilberto Rodríguez Orejuela. Va a taner que ir a Cali aunque no le guste y tenga pánico, y sentarse con él y el resto de su gente”.

Juan Pablo, todavía un adolescente, con la cabeza gacha y sumo respeto le sugirió que hacer eso le provocaría miedo: “Temo regresar en una bolsa, soy el hijo de Pablo”. El narco no se anduvo con chiquitas: “¿Quién se cree que es para no ir?. ¿Sabe que la gente de seguridad que le puso el gobierno y la justicia está esperando que nosotros le demos la orden para darse vuelta y matarlo? Así que hágase un favor y vaya de una vez si quiere envejecer”.

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